[ L.G. Álvarez ]
publicado en El faro de Ceuta. 22 de mayo de 2005 | Sección OPINIÓN
Corría el final de la década de los sesenta cuando se inauguró la librería “El estudiante”. Eran los tiempos de la guerra de Vietnam, la celebración de los XIX Juegos Olímpicos en México, el segundo transplante de corazón en el 68, la llamada “primavera de Praga”, los desórdenes estudiantiles del Mayo francés, que tuvieron repercusión en toda Europa -por ejemplo, en España se decretó el Estado de excepción (1969)-, los sucesos en la Plaza de las Tres Culturas en México D.F., el asesinato de Robert Kennedy, la boda de Jacqueline Kennedy con Onasis, la conquista de la Luna en julio del 69, la dimisión del General De Gaulle, la independencia de Guinea española, la guerra de Biafra, Matesa, la proclamación de Juan Carlos como sucesor de Franco, etcétera.
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Todo eso y mucho más sucedió a finales de los sesenta. Sin embargo, aquí, en nuestra ciudad, la vida transcurría como traspasada por la mansedumbre de las cosas y de los sucesos locales. Todo lo citado anteriormente nos cogía algo lejos. Intuíamos que después de la revolución obrera-estudiantil de mayo en Francia nada iba a ser igual, pero poca o ninguna repercusión inmediata tuvieron aquellos sucesos en nuestra ciudad. Quizá, nos emocionamos sobremanera con la llegada de Amstrong a la Luna aquella noche del 21 de julio. Pero nada más. Y de repente, “El estudiante”.
La librería “El estudiante” estaba ubicada en la calle Falange Española, 22. Concretamente en la llamada “Galería Revi”. Al fondo a la derecha, en donde una vez estuvo el estudio de “Fotomatón”. Su apertura fue un aldabonazo en aquel yermo panorama cultural-literario ceutí. Allí fue nuestro primer contacto con el boom latinoamericano, con el nouveau romance francés de Alain Grillet y compañía de la década anterior, allí adquirimos tímidamente los volúmenes de “Historia del pensamiento socialista” de Fondo de Cultura Económica y un largo etcétera. Estábamos como enloquecidos. No se conocía en Ceuta algo parecido. “El estudiante” era el centro de reunión de la llamada “progresía” de aquel entonces. Se hablaba, se discutía y los más jóvenes quedábamos deslumbrados por los conocimientos político-literarios de aquellos que alardeaban de estar en el secreto de adivinar el futuro de nuestro país. Hubo quien nos impresionó susurrándonos al oído su pertenencia al clandestino PSOE, o tal vez al Partido Comunista. Era el delirio. Nos estremecíamos al pensar que ese desconocido que alguna vez entró en la librería perteneciera a la Político-Social. En tales casos se bajaba la voz y se miraba de reojo al intruso, que con su no deseada presencia rompía aquella atmósfera mística que nos envolvía entre las cuatro paredes de “nuestra” librería.
El artífice de todo aquello fue Antonio. Contaba Antonio que allá en su Sevilla natal había pertenecido como vocalista a una Orquesta. Y a fe que tenía “pinta” de ello. Después, ya en Ceuta, trabajó durante algunos años en la fábrica de harina hasta que cerró. Pero era un enamorado del libro. Antonio era una persona cálida, cercana, tranquila, pacífica. De natural bueno. En el sentido antropológico de bondadoso. Noble, prudente, generoso, desprendido. Tan así es que su generosidad y su desprendimiento le causaron dificultades económicas que tuvieron que ver con el cierre de la librería al final de la década siguiente. Después de cerrar “El estudiante” se trasladó al Morro, en donde abrió un local en el que se podían adquirir objetos de escritorio y escolares. Quiero recordar que también estuvo ubicado en la antigua Plaza de los Reyes en una caseta prefabricada. Nunca perdió su carácter entrañable, su bondad y su calidez. Hace unos diez años tomó la determinación de trasladarse con su esposa Antonia a la residencia de la tercera edad “Virgen de África”, situada en la barriada San José. Él continuó con su cartera, en donde llevaba sus trípticos y folletos de enciclopedias y libros, visitando a sus clientes de toda la vida.
El pasado viernes 13 enterramos a Antonio. Aunque sus apellidos eran García Moreno, le conocíamos como Antonio el de “El estudiante”. Allí, en el Tanatorio, abracé a sus hijos. Recordamos las vicisitudes de aquellos años dorados de la librería “El estudiante”. Indudablemente, algo de todos nosotros se va con él. Nos queda su hermoso recuerdo, su alegría de vivir pese a las dificultades. Evidentemente, ya no somos aquellos jóvenes que hicimos de “El estudiante” nuestra sala de estar; pero, de alguna manera, entre las cuatro paredes de su librería él nos inculcó el gusto por el libro y por la lectura. Quizá, en estos tristes momentos, me embargue un suave y dulce sentimiento de nostalgia; no tanto, posiblemente, por su fallecimiento como por su cálido recuerdo. Descanse en paz.
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